¿Cuál es la característica lasallista de un maestro?
La Escuela Lasallista es una escuela de fraternidad en
que se cultivan las virtudes humanas y cristianas que producen óptimos
frutos de amistad, lealtad, colaboración,... que perduran a lo largo de
los años entre los verdaderos lasallistas y hace que exalumnos, alumnos,
padres, profesores y Hermanos nos proclamemos y nos sintamos "Una Gran
Familia".
La Escuela Lasallista concede una importancia capital a
la PEDAGOGÍA DEL TESTIMONIO. "¡La escuela es el maestro!". Y los valores
que transmite y cultiva la escuela son los valores que animan la vida
del maestro captados por la extraordinaria sensibilidad de los niños y
de los jóvenes. Por eso se pide al maestro lasallista una exigente ética
profesional, tanto actitudinal como operativa.
En la Pedagogía Lasallista se destaca, como agente
educativo clave, el Profesor Titular o Tutor de curso que se
responsabiliza de orientar a los alumnos -personalmente y en grupo-en
el proceso de su maduración y de su formación. Su identidad deriva de
sus funciones de líder, mentor, consejero y guía.
El maestro lasallista sublima su profesión de educador
para hacer del ejercicio de la misma un "sacerdocio". Ministro de la
Palabra de Dios, vive y anuncia el Evangelio en la escuela. Por la
"evangelización de la inteligencia" induce al joven a realizar en
su vida la necesario SÍNTESIS DE LA CULTURA Y DE LA FE.
El hacer educativo adquiere gran relieve para el maestro
lasallista al saber que está haciendo la "obra de Dios", que es
"ministro de Dios" y "dispensador de sus misterios", nos dice La Salle.
La Escuela Lasallista busca ser el "lugar de encuentro"
de la cultura y de la fe para todos los integrantes de la Comunidad
Educativa Escolar.
Proyecto de vida de un lasallista
Generalmente, y sobre todo los fines de semana, los jóvenes se hacen
“panoramas” para emplear su tiempo libre. Luego de todas las cosas que
durante la semana ocupan su tiempo, para el fin de semana se busca algo
distinto, sea con alguna amistad agradable, o en un paseo, un
espectáculo, etc.
El tiempo que tenemos para tomar decisiones importantes es el que va
entre los 14 y los 25 años. Si el proyecto de vida no se resuelve en esa
edad, tal vez no se resuelva nunca.
No nos damos cuenta cuando tenemos 45 años y estamos en la cima de la
existencia humana. Cuando ya la curva que iba ascendiendo llegó a la
cumbre, para luego descender hasta la vejez. Entonces nos damos cuenta
de que no hemos vivido, que se nos pasó el tiempo, que no hicimos cosas
importantes.
El hombre, a los 45 años suele sufrir una crisis, y decir: “¡¿Qué he
hecho con mi vida?!” Y se da cuenta de que no ha hecho nada importante.
Entonces trata de emprender las grandes cosas que antes nunca emprendió.
Cada generación tiene que plantearse esa pregunta: ¿Qué
voy a hacer con mi vida? ¿Cuál es el proyecto de mi vida? Y entonces, es
preciso tomar una decisión tempranamente, para luego invertir la vida
en algo que resulte en beneficio para la sociedad.
Cuántas veces -en la juventud- el corazón se llena de
enojos, porque el proyecto de vida que empezamos a soñar desde la más
tierna infancia, se ve obstaculizado. Un proyecto de vida contempla
educación, familia, trabajo, etc., y muchas veces ese proyecto se está
truncando tempranamente, por alguna razón. Sea porque no tuvieron los
padres que ellos hubiesen querido tener; o porque no tuvieron los
recursos económicos, o porque no tienen la capacidad para un buen
rendimiento escolar.
Y entonces ellos piensan que su vida no es lo que hubieran querido. A veces se afligen pensando: “¿Por qué no fui algo mejor?”. Tienes
que decidir ahora: ¿Quién va gobernar mi vida? ¿Quién es el motor que
va a impulsar todo lo que yo voy a hacer en la vida? Cristo es el que
tiene que ocupar el centro de tu corazón. Te invito a confiar en Él, y a
considerarlo en todos tus caminos.
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